No cabe duda de que la finalidad de una obra dramática es ser representada ante un público (al igual que la de cualquier escrito, ser leído por alguien distinto a quien lo escribió). Para los amantes del teatro sería maravilloso que pudiéramos elegir qué obra nos apetece ver en cada momento, al igual que podemos hacer ya hoy día con el cine. Pero la inmediatez, la exclusividad de cada representación, la cercanía al público… todo lo que particulariza a este género y lo diferencia del séptimo arte o de la televisión es precisamente el motivo por el cual debemos esperar (a veces demasiado tiempo) para ver representada una obra determinada. Además, no podemos olvidar la crisis, que merma las iniciativas culturales y los bolsillos.
Sin embargo, voy a proponer una alternativa para disfrutar del teatro: su lectura. Esto, por supuesto, no lo he descubierto yo. Hay muchos aficionados a la lectura de obras teatrales y los mismos autores (recordemos a Valle- Inclán) adornan sus textos pensando en posibles lectores, lo que explicaría la presencia de la función poética del lenguaje en las acotaciones, cuya finalidad principal es hacer indicaciones a futuros directores y actores.
Maribel y la extraña familia, de Miguel Mihura, es la última obra teatral que he leído y quisiera recomendarla. Se caracteriza principalmente por el fino humor original, fresco y descabellado del que hizo gala siempre su autor en toda su trayectoria. Recordemos que Mihura, nacido en 1905, se inició como dibujante humorístico, fue uno de los fundadores de las revistas humorísticas “La Ametralladora” (1936-1939) y “La Codorniz” (1941), trabajó como guionista de cine llegando a colaborar con Berlanga y Bardem nada más y nada menos que en la ya mítica Bienvenido Mister Marshall (1952)… Pero procedía de una familia vinculada al teatro y es en este sector donde cosechó sus mejores éxitos, a pesar de que tuvo que frenar su libertad creadora y su magnífica imaginación para (muy a su pesar) venderse al teatro comercial de gusto burgués. Con amargura comentaría “tendré que prostituirme y crear ese teatro comercial y de consumo, al alcance de la mentalidad de los empresarios, de los actores, de las actrices y de ese público burgués que, con razón, no quiere quebrarse la cabeza después de echar el cierre a la puerta de su negocio”. Su obra más reconocida, Tres sombreros de copa, escrita en 1932, no pudo ser estrenada, evidentemente por su audacia, hasta los años 50.
En internet (en youtube) podemos encontrar fragmentos de esta obra extraídos algunos de ese maravilloso programa que muchos de nosotros tuvimos la suerte de conocer: “Estudio
Por último, quiero hacer mención a aquellos que me han acompañado en la lectura de Maribel, a esa pequeña pero importante tropa de adolescentes que se me plantó reacia ante esta propuesta de lectura obligatoria, alegando las opiniones que en los foros juveniles se daban sobre la obra a la que tildaban de rollo aburrido y desfasado, algo así como “un tostón”, y que, una vez leída, prácticamente en su mayoría, han coincidido en que es una maravillosa obra divertida y entrañable. Por algo, digo yo, recibiría su autor el Premio Nacional de Literatura “Calderón de la Barca”, el Premio Nacional de Teatro en dos ocasiones y sería miembro de la Real Academia. Así que, finalmente, se ha impuesto la lógica y ha acabado gustándoles y para mí, créanme, no hay mayor satisfacción.